Hospital de la Ciudad Universitaria

El vasto edificio, uno de los mayores de Madrid (1.500 camas), tenía una estricta modulación estructural en los cuatro cuerpos que delimitaban un gran patio central; en los dos menores se disponían los accesos principales, y en los mayores, con nueve plantas al norte y siete al sur, los quirófanos y las cátedras, que sobresalían con su ábside semicircular, y las alas perpendiculares de habitaciones adosadas a los dos cuerpos mayores que delimitan el patio central; al norte, los laboratorios, aulas y despachos. En la planta baja se distribuyeron las dependencias policlínicas, y en el semisótano, los servicios generales.

La complejidad en planta se manifiesta, igualmente, en la volumetría; la unidad se consigue mediante el material, el ladrillo visto, utilizado de forma masiva, y los elementos que organizan rítmicamente los alzados, como los cuerpos de habitaciones con sus balcones volados —calculados por Eduardo Torroja—, la malla homogénea de huecos y los quirófanos, con curiosas linternas sin pilares intermedios, también obra de Torroja.

La pureza de los prismas de ladrillo, sin ornamentar, frente a cercanos ejemplos de carácter monumental, como las Facultades de Medicina u Odontología, nos remite directamente al racionalismo centroeuropeo más estricto, donde la sobriedad y austeridad de los medios es total.

El Hospital Clínico era uno de los primeros en España de gran extensión donde las premisas del Movimiento Moderno apoyaban los criterios contemporáneos de atención al cliente, avances médicos y formación universitaria. La organización racional en planta, la claridad de los recorridos, el análisis de las orientaciones y los principios higienistas aplicados, que incluían soláriums, fueron pioneros en su momento.

El edificio, inacabado al estallar la Guerra Civil, sufrió muchos daños durante la contienda, por lo que tuvo que ser reconstruido y ampliado.
Alberto Sanz Hernando. Servicio Histórico, Fundación Arquitectura COAM